7.30.2008

Carta a los ex-suegros

Un escrito fabuloso (como siempre) de la increíble autora y actriz costarricense, Ana Istarú... ¡gracias Ana!

"La sangre en el caucho de la llanta también es mía"

Por Ana Istarú

Ustedes nunca me quisieron a mí porque ustedes nunca lo quisieron a él. Aunque él haya sido su hijo y yo, lo juro por el vientre de mi madre, quien más lo quiso. Por él aposté mi vida y todos lo saben. Por él y por este amor que, sangre quien sangre, todavía me hierve entre el pecho.

Por él miré hacia la pared con el rostro marcado por el sablazo del desprecio, clavándome en la lengua los incisivos. Por él y por nosotros tragué fuerte la saliva de la humillación.

Nuestra unión no cabía en los moldes de hierro de las convenciones y es temible el precio que por ello se paga. Pero el amor no comprende esas razones.

Hoy está muerto. Para mí, por primera vez. Ustedes en cambio por segunda vez lo entierran, en ese funeral al que no se me invitó. Porque ahora, ya muerto, es de nuevo respetable.
Lo atropelló borracho un decente padre de familia, este sí casado como Dios y la Santa Iglesia mandan.

Yo sé que la sangre en el caucho de la llanta también es mía, aunque pretendan borrarme de su vida como una mala palabra del cuaderno de un niño. Porque fui yo quien construyó con él esta casa de la que ahora me expulsan. Porque fui yo quien ofrendó su patrimonio en el altar de la pareja, quien combatió a su lado en todas las contiendas.

Me arrancaron su cuerpo desde que entró en el hospital. Yo, que no tengo una alianza dorada en la mano, no puedo convencer a una enfermera.

No soy nadie, no soy nada, salvo quien más lo quiso. Ustedes, junto a la camilla que no pude seguir, en el cuarto al que no pude acceder, junto a esos ojos que mi mano no cerró, se acordaron por fin de sus genes y apellido, de ese hijo del que un día abjuraron.

A mí, que soy su familia elegida, me arrancaron mi muerto, mi casa, mi patrimonio, mi herencia. Solo porque no pudimos casarnos como se casa la gente, de blanco, de traje, de fiesta. Con niños que cargan flores, con ese anillo de boda que habría de marcar sobre su piel mis iniciales.
Ustedes me despojaron; yo lo quise. Ustedes lo rechazaron: yo lo quise. Ustedes, y buena parte del mundo, en pleno siglo XXI, nos impidieron alcanzar la dignidad de ser esa familia que de todas formas fuimos, le duela a quien le duela, por obra y gracia de nuestro amor.

Ustedes, que creen que se puede doblegar el curso de la historia, negar lo inevitable, tapar con un dedo el sol de la verdad, aplastar con los pies la hoguera del amor que se enciende entre dos seres. Solo porque el hombre que amé y yo somos del mismo sexo.

La teología del odio

Un excelente e inteligente artículo de este señor tan valiente. A aquellos interesados en saber un poco más sobre la Biblia y Homosexualidad, les recomiendo: What the Bible Really Says About Homosexuality de Daniel A. Helminiak, Ph.D. (aparte, cura católico).

Luis Paulino Vargas Solís 26 de Julio 2008

El cristianismo -en sus distintas denominaciones- es una religión a la que se adscribe aproximadamente un tercio de la población mundial. El resto de la gente -cerca de un 70%- sustenta una fe distinta -islámica, budista, hinduista, judaica u otra- o no profesa creencia alguna ¿Qué significa esto? Que si miramos a la humanidad en su conjunto, no existe ninguna religión que sea mayoritaria. Ni siquiera el cristianismo. Sabemos que el respeto por la fe de cada quien -o por la ausencia de tal fe- es un principio indispensable para el sostenimiento de la paz y el entendimiento civilizado entre las distintas comunidades de seres humanos alrededor del mundo. Este principio adquiere mayor validez a la luz del hecho contundente de que no existe ninguna religión mayoritaria.

Lo anterior llama, a su vez, a otra conclusión necesaria: la persona que profesa una fe cristina y ve en la Biblia un libro sagrado, debe comprender que alrededor del mundo muchísima otra gente considera que éste es un libro como cualquier otro. Con seguridad, un cristiano bien educado mira el Corán con los mismos ojos con que lo haría un musulmán con parecido nivel educativo respecto de la Biblia. Probablemente será una mirada respetuosa pero carente de todo sentimiento reverencial.

Emerge, entonces, otra conclusión que, creo, podemos expresarla en dos partes. Primero, cada quien tiene derecho a profesar libremente su religión y venerar con devoción el libro o escritos que considera la base sagrada de su fe. Segundo, nadie debería pretender imponer esa fe a otras personas que poseen una fe y unos textos sagrados distintos, ya que estas son opciones que merecen igual respeto. Y, sin duda, el mismo principio vale en caso de que sea alguien que decidió no tener fe alguna y para quien ningún texto es sagrado. Esto simplemente nos lleva de vuelta sobre lo que dije más arriba: la convivencia respetuosa de las distintas religiones o concepciones sobre la fe es requisito indispensable para la paz y el entendimiento.

Formuladas estas prevenciones tan elementales, otra muy básica advertencia debería ser tenida en cuenta por cualquier persona cristiana responsable y respetuosa. La de que, independientemente del estatuto divino que se le atribuye a la Biblia, esta tiene contenidos e ideas que necesariamente deben ser interpretadas en su contexto. De otra manera, se corre un riesgo gravísimo: el de causar daño y sufrimiento a personas inocentes, cosa que violaría directamente el principio ético fundamental estatuido por Jesús (amar al prójimo como a uno mismo).

La interpretación literal y descontextualizada de la Biblia llevaría a cosas tan aberrantes como las siguientes: se restituiría la esclavitud (Levítico 25, 44); podría un hombre vender a su hija y ser polígamo (Éxodo 21, 7-10); se restablecería pena de muerte contra quien viole el descanso sabático (Éxodo 35, 2); ninguna persona con algún problema físico podría acercarse al altar (Levítico 19, 17-21). Incluso la relación sexual con una mujer que está menstruando se castigaría con la muerte (Levítico, 20, 18). Ninguna persona razonable y justa querría devolverle vigencia a tales normas. Y ello seguramente vale también para quienes profesan una fe cristiana sincera. Incluso muchas de las cosas que Pablo planteó, exigen ser reinterpretadas a la luz de las condiciones contemporáneas, como parte del proceso del reconocimiento de los derechos de las mujeres. Siendo esto tan básico y evidente, ¿por qué en cambio se insiste en una interpretación literal y descontextualizada de la Biblia cuando de la homosexualidad se trata?

En apoyo de sus tesis homofóbicas, el fundamentalismo cristiano -católico, evangélico o de otras denominaciones- cita literalmente partes de la Biblia y las interpreta de forma retorcida. Un popular ejemplo de ello es el del pasaje de Sodoma y Gomorra (Génesis 19, 1-11). El pecado que ahí se describe se origina en la violación del deber de hospitalidad. Ello se reafirma en Mateo 10, 12-15. Nada tiene que ver con la homosexualidad.

En todo caso, esta homofobia galopante que domina por igual a obispos y pastores evangélicos, se vuelve imposible de justificar de cara a las enseñanzas y la práctica vital del Jesús evangélico. El Jesús que acoge en su regazo y abraza y protege al pobre, al desvalido, al leproso, al rechazado. A la mujer adúltera y a la prostituta igual que al tenido por pecador. El Jesús que expulsa del templo a los mercaderes y enfrenta a los poderosos y denuncia la hipocresía de quienes se decían dueños de la palabra de Dios. De estos dijo que eran sepulcros blanqueados. Y a los llamados pecadores los amaba como hermanos.

Obispos y pastores evangélicos. Cómplices del poder, de los privilegios, de la explotación, del dinero. El Jesús de la gente pobre, desvalida, marginada, discriminada, despreciada. ¿Qué diría ese Jesús de estos señores?

Ellos señalan, enjuician y condenan. Y las personas homosexuales han devenido ahora blanco favorito de su odio y de su temor morboso. Aseguran que es antinatural algo que la naturaleza misma creó porque le dio la gana. Y si así lo hizo ha de haber sido porque Dios mismo le dio permiso de hacerlo. Y lo hizo entonces muy a su manera: diverso, multicolor y complejo. Un tigre jamás es igual a otro; ni las nubes en el firmamento son esta mañana iguales a las de la tarde de ayer. Y hasta los ríos optan por lo diverso cada vez que deciden abrir caminos nuevos por donde discurrir. El mundo y la naturaleza son multiformes. También los seres humanos. También la sexualidad humana ¿Natural o antinatural? Es obviamente natural. En cambio, nada es tan antinatural y aberrado y corrompido y perverso como la homogeneidad, la uniformidad, el gris invariable y monótono. ¿Eso quieren ustedes, obispos y pastores? Perdón, señores, pero entonces los antinaturales son ustedes.

Además hacen escandalosa exhibición de ignorancia. Hablan de las personas homosexuales -hombres y mujeres- como si de seres venidos de Kriptón se tratara. Engendros y fenómenos, con todo el poder de Superman, pero invertido: para destruir la sociedad y la familia, corromper a los niños, romper la paz social, establecer el reino del terror. Obispos y pastores, ¿es tan grande la ignorancia que ni siquiera se han detenido a pensar que muchas, pero muchas veces habrán conversado con un hombre homosexual o una mujer lesbiana? Y, cosa curiosa, al cabo el asunto habrá concluido de la forma como usualmente lo hacen todas las cosas donde dos seres humanos entran en comunicación. Nadie salió lesionado ni herido. Simplemente cada quien siguió su camino.

En fin, decía al principio de este artículo, la religión debería ser cosa que se maneje con mucho respeto. Respeto, también, hacia las minorías. Si usted tiene su fe religiosa y una moral asentada en esa fe, por favor no pretenda imponérsela a nadie más. Usted tiene todo el derecho a vivir esa fe y esa moral, pero exactamente el mismo derecho asiste a cada una de las demás personas. Y si usted es heterosexual y prefiere amar a alguien del otro sexo, entienda que esa no es, necesariamente, la mejor solución para algunas otras personas. Haga usted en su intimidad lo que quiera y con la persona que prefiera, pero no niegue ese mismo derecho a los demás.

Y construya usted su familia de la forma que mejor se le acomode, y ojalá sea una familia basada en el respeto, el amor y la solidaridad, pero entienda que otros también tienen el derecho de construir su propia familia y hacerla de la forma que mejor les resulte y alimentarla también de amor y respeto y solidaridad. Y que las diversas formas de familia pueden convivir, respetándose y en armonía. Y que todas esas familias deberían ser merecedoras, por igual, de la tutela y la protección del Estado y las leyes. Y que este Estado y estas leyes deberían cobijar sin distingo a todos y todas, independientemente de la fe religiosa o la orientación sexual de cada quien.

7.24.2008

APOYO A UNIÓN CIVIL GAY EN CR

Lean este blog, contribuyan mediante opinión, escriban a sus diputados... movamonos para que reconozcan nuestros derechos!
http://uniondehechocr.blogspot.com/

Unión civil de personas del mismo sexo

La segunda contribución de mi amigo Hugo Mora, en respuesta a la hipócrita y anacrónica Iglesia Católica costarricense.

Por: Hugo Mora Poltronieri | miaumiau1@ice.co.cr

Mi primera reacción ante el extenso artículo de la Conferencia Episcopal de Costa Rica sobre este tema ( La Nación, Foro, 16/07/08 ) ha sido de sorpresa. Habría deseado, en su lugar, una completa explicación acerca de ciertos asuntos de todos conocidos en que ha sido protagonista recientemente. También acerca de su bandería, eminentemente política, en el reciente referendo.

En su lugar, insiste en sus argumentos tradicionales acerca de la defensa de la familia y el matrimonio, los cuales nunca han estado aquí, ni están ahora, en peligro. Veamos: cuando nuestros liberales de finales del siglo XIX, con gran tino, introdujeron las figuras legales del divorcio y el matrimonio civil, la jerarquía católica clamó al cielo y predijo toda clase de males para la sociedad costarricense del futuro. Ocurrió todo lo contrario; y hasta los mismos católicos de entonces y de ahora se han beneficiado con la posibilidad de reencontrar su libertad luego de una experiencia negativa, así como de poder reorganizar sus vidas formando una nueva familia con alguien más afín.

Es obvio que la existencia de la familia precedió –y con mucho– a toda clase de ritual religioso. Para formar una familia hay hogaño la opción religiosa (contra la cual nadie está atentando) o la civil; o la otra, la que posiblemente es la más antigua y hasta la más popular: la de la cohabitación o unión libre, una realidad social que finalmente ha sido reconocida por la ley, pese a los mismos prejuiciosos argumentos y presiones que hoy se aportan contra el proyecto de marras por parte de una jerarquía eclesiástica parecida a aquellos nobles exiliados de la Revolución Francesa, que nunca aprendieron nada del cambio radical que los había barrido de la escena.

Cambios. Cambios radicales en la concepción de la familia sí han ocurrido: ya lo de la reproducción de la especie dejó de ser la prioridad que fue antes (y que fue suplicio y muerte para tantas mujeres, que nunca tuvieron una vida propia).

Hoy lo que importa es el afecto, el mutuo apoyo, la compañía y el disfrutar plenamente del sexo sin embarazos indeseados.

Por otra parte, puesto que nuestra especie no está ya en peligro de extinción, y dado que su crecimiento desorbitado se ha convertido en la peor amenaza para el planeta y el resto de los seres vivos, lo que la “recta razón” debería aconsejar es no desalentar la formación de familias así (como ya existen), sin deseos reproductivos y sin agregar más cargas a la sociedad y al ambiente.

Es claro que me refiero a parejas del mismo sexo, pero también a las numerosísimas parejas heterosexuales que hoy escogen esta opción. Si algo debería preocupar a la jerarquía católica es que ahora haya más matrimonios civiles que religiosos, así como que el número de divorcios entre católicos sea cada vez mayor.

Finalmente, el hecho de que el catolicismo sea aún religión oficial no otorga a sus jerarcas ninguna autoridad por encima de los poderes constituidos por voluntad soberana del pueblo. Su instancia a los diputados para que voten negativamente este proyecto es una flagrante violación a la libertad de conciencia y al buen juicio del pueblo que los constituyó en el primer poder de la República.

7.07.2008

Uniones ¿confusas?

Todos deberían tener derecho a casarse legalmente y recibir los mismos derechos

María Fernanda Pérez y Roberto Ortiz | mater84@hotmail.com
Estudiantes V año Secundaria

Decía, hace ya unos cuantos siglos, el político y filósofo Marco Aurelio que los seres humanos somos como una mandíbula: la parte superior necesita de la parte inferior para poder realizar sus funciones.

Decía hace unos cuantos días, el médico Alberto Ferrero que permitir las uniones entre homosexuales resultaría perniciosa para la salud de la sociedad costarricense, ya que cualquier unión de ésta naturaleza “causaría confusión a las nuevas generaciones respecto a valores morales fundamentales y los expondría a una concepción errónea respecto a la sexualidad, al matrimonio y a la familia”.

Déjenos responderle precisamente como dos adolescentes que formamos parte de esas nuevas generaciones susceptibles a la confusión que puede traer consigo la unión legal de dos personas del mismo sexo.

Falacias. Es evidente, señor Ferrero, que usted precisamente no ha pensado sobre las falacias y contradicciones que existen sobre el idealizado matrimonio entre personas del mismo sexo, las cuales muchas veces nos dejan aún más confundidos.

La escritora Laura Fuentes Belgrave, en su libro Cementerio de Cucarachas, dice, de manera irónica, que este es un país donde “sus familias son un ejemplo de unidad. Más de la mitad de hogares están capitaneados por mujeres abandonadas, y en Semana Santa las denuncias por agresiones contra ellas hasta se triplican”.

Siguiendo con la metáfora de la mandíbula, que propuso hace ya un tiempo Marco Aurelio, la sociedad costarricense necesita de los homosexuales como de los heterosexuales, por los servicios que estos son capaces de brindar a la comunidad.

Para que esa mandíbula funcione bien, es decir, para que no tenga una mordida cruzada, todos deberían tener derecho a casarse legalmente y recibir los mismos derechos.

Lo que es nocivo. En resumen, Dr. Ferrero, lo que es realmente nocivo para la salud de todos no es que dos hombres o dos mujeres se casen, sino ese sentimiento de alienación e intolerancia que es engendrado cuando no dejamos que dos personas se casen y vivan como quieran; lo que es dañino, no son esos hombres o esas mujeres que quieren criar a un hijo y crear una familia, sino aquellos, heterosexuales, que se casan y después abandonan a sus mujeres, quienes solas tienen que ocuparse de sus hijos y que, además, son brutalmente masacradas cuando buscan defenderse.